Celia Cruz *X 21 1925 — La Vida Que Das / The Life You Give


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A lo largo de más de medio siglo de trayectoria artística, la indiscutible Reina de la Salsa grabó alrededor de setenta álbumes y ochocientas canciones, cosechó veintitrés discos de oro y recibió cinco premios Grammy. Mucho más relevantes, sin embargo, fueron las innumerables giras y conciertos que prodigó por incontables países y que hicieron de ella la embajadora mundial de la música cubana. Ciertamente, Celia Cruz será siempre recordada por aquellas sensacionales actuaciones en directo en las que desplegaba todo el magnetismo de su voz y de su arrolladora personalidad; conciertos en los que era imposible no bailar y no sentirse contagiado de su inagotable vitalidad y alegría.

Celia Cruz, cantante cubana, una de las más grandes intérpretes de música latina del siglo XX, nació Úrsula Hilaria Celia Caridad Cruz Alfonso, en el barrio de Santos Suárez de La Habana el 21 de octubre de 1924, si bien algunas fuentes señalan su nacimiento cuatro años antes, y otras en 1925, datos todos ellos de difícil comprobación dada la persistente negativa de la estrella a confesar su edad.

A lo largo de más de medio siglo de trayectoria artística, Celia Cruz grabó alrededor de setenta álbumes y ochocientas canciones, cosechó veintitrés discos de oro y recibió cinco premios Grammy.

Segunda hija de un fogonero de los ferrocarriles, Simón Cruz, y del ama de casa Catalina Alfonso, Celia Cruz compartió su infancia con sus tres hermanos (Dolores, Gladys y Barbarito) y once primos, y sus quehaceres incluían arrullar con canciones de cuna a los más pequeños; así empezó a cantar.

Su madre, que tenía una voz espléndida, supo reconocer en ella la herencia de ese don cuando, con once o doce años, la niña cantó para un turista que, encantado con la interpretación, le compró un par de zapatos. Con otras canciones y nuevos forasteros, la pequeña Celia calzó a todos los niños de la casa. Después se dedicó a observar los bailes y las orquestas a través de las ventanas de los cafés cantantes, y no veía la hora de saltar al interior.

Sin embargo, sólo su madre aprobaba esa afición; su padre quería que fuese maestra, y Celia, no sin pesar, intentó satisfacerle y estudiar magisterio. Pero pudo más el corazón: cuando estaba a punto de terminar la carrera, la abandonó para ingresar en el Conservatorio Nacional de Música. Ya por entonces cantaba y bailaba en las corralas habaneras y participaba en programas radiofónicos para aficionados, como La Hora del Té o La Corte Suprema del Aire, en los que obtenía primeros premios tales como un pastel o una cadena de plata, hasta que por su interpretación del tango Nostalgias recibió un pago de quince dólares en Radio García Cerrá.

Más tarde cantó en las orquestas Gloria Matancera y Sonora Caracas y formó parte del espectáculo Las mulatas de fuego, que recorrió Venezuela y México. En 1950, cuando ya había intervenido en varias emisoras, pasó a integrar el elenco del célebre cabaret Tropicana, donde la descubrió el director de La Sonora Matancera, el guitarrista Rogelio Martínez, y la contrató para reemplazar a Myrta Silva, la solista oficial de la orquesta. Con más de dos décadas de trayectoria a sus espaldas, La Sonora Matancera era por entonces una orquesta popular, bien conocida por su predilección por los ritmos negros y los sones de trompeta; con la incorporación como primera vocalista de Celia Cruz, que acabaría siendo el alma del grupo, la orquesta viviría su edad de oro.

A lo largo de los años cincuenta, Celia Cruz y La Sonora Matancera brillaron en la Cuba de Pío Leyva, Tito Gómez y Barbarito Díez; del irrepetible Benny Moré, del dúo Los Compadres, con Compay Primo (Lorenzo Hierrezuelo) y Compay Segundo; la Cuba de Chico O’Farril y su Sun sun babae, la Cuba de La conga de los Havana Cuban Boys, la de Miguel Matamoros con su Mamá, yo quiero saber de dónde son los cantantes, la de Miguelito Valdés con su Babalú… Celia Cruz aportó su Cao Cao Maní Picao, que se convirtió en un éxito, y otro tema posterior, Burundanga, la llevó a Nueva York en abril de 1957 para recoger su primer disco de oro. Se había ganado ya varios de los apodos y títulos con que quisieron distinguirla: fue la Reina Rumba, la Guarachera de Oriente y, desde las primeras giras por México, Argentina, Venezuela o Colombia, la Guarachera de Cuba.

Era, en definitiva, la Cuba corrupta y bullanguera de los años cincuenta, sometida a la servil dictadura de Fulgencio Batista (1952-1958). El 1 de enero de 1959, el dictador se vio obligado a refugiarse en la República Dominicana ante el triunfo de la revolución liderada por Fidel Castro y el Che Guevara, y la orquesta tuvo que andar otros caminos. Aunque el mismo Fidel figuraba entre los admiradores de la cantante, Celia Cruz soportaba mal que le dijeran qué y dónde tenía que cantar. El 15 de julio de 1960, La Sonora Matancera en pleno consiguió el permiso para presentarse en México, y una vez allí, en parte impulsada por el grave deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, decidió no regresar.

Después de un año de aplausos en la capital azteca, Celia Cruz se establecía en Estados Unidos y sellaba su primer compromiso para actuar en el Palladium de Hollywood. Si bien declaró en aquellos días «he abandonado todo lo que más quería porque intuí enseguida que Fidel Castro quería implantar una dictadura comunista», su furibunda militancia anticastrista cristalizó después, a partir del 7 de abril de 1962, cuando supo de la muerte de su madre y no pudo entrar en la isla para asistir al entierro. Llegó a confesar incluso que estaba dispuesta a inmolarse haciendo estallar una bomba si con ello hacía desaparecer «al Comandante».

Tres meses después, el 14 de julio de 1962, Celia Cruz se casó con el primer trompetista de la orquesta, Pedro Knight, quien a partir de 1965, año en que ambos dejaron La Sonora Matancera, se convirtió en su representante. Celia Cruz inició su trayectoria como solista junto al percusionista Tito Puente, con el que grabó ocho discos.

Desde entonces, el éxito fue la constante de los centenares de conciertos coreados por un público entregado al grito de su Bemba colorá. Esa voz electrizante, su alegría contagiosa y el llamativo vestuario fueron pronto una bandera de identidad de los inmigrantes. Ella, a su vez, terminó por asumir el rol de estandarte del anticastrismo. Como tal, Celia Cruz quiso dejar su impronta también en el cine, y participó como actriz -ya lo había hecho varias veces como cantante- en Los reyes del mambo (1992) y Cuando salí de Cuba (1995), porque ambas películas reflejaban historias de los primeros exiliados cubanos, en parte cercanas a su propia biografía.

«¡Azúcar!» era su potente grito infeccioso, la contraseña de apertura y cierre de sus conciertos y la clave para hacerse entender en todo el mundo. Difícilmente alguien ha bailado más y ha hecho bailar más que esta cubana de sonrisa vivaz y persistente que conquistó adeptos de todas las latitudes a lo largo de más de cincuenta años de triunfante trayectoria. Cantante de guarachas, danzones, sones y rumbas en sus comienzos, Celia Cruz siempre estuvo abierta a nuevas experiencias que la llevaron a abordar otros ritmos y a unirse a proyectos en principio arriesgados para una artista consagrada.

De este modo, no solamente se erigió en la imagen distintiva de la salsa con orquestas como las de Tito Puente, Willie Colón, Ray Barretto o Johnny Pacheco, sino que también llegó a cantar incluso rock o tango, y a unir su poderosa voz a la de intérpretes tan dispares como el británico David Byrne, el rumbero gitano Azuquita, el grupo argentino Los Fabulosos Cadillacs, los españoles Jarabe de Palo y el rapero haitiano Wyclef Jean, además de improvisar duetos con sus amigas Lola Flores y Gloria Estefan, con damas del soul como las estadounidenses Dionne Warwick o Patti LaBelle, y con el rey de la canción ranchera, el mexicano Vicente Fernández.

Enfundada en sus fastuosos y extravagantes vestidos, tocada con pelucas imposibles y encaramada sobre esos zapatos únicos de alto tacón inexistente, Celia Cruz conservó hasta el último momento una vitalidad insólita. Feliz con su flamante Grammy al mejor álbum de salsa por La negra tiene tumbao (2001), en el verano de 2002 celebró el cuadragésimo aniversario de su boda con Pedro Knight con una fiesta que le organizó la cantante Lolita Flores en Madrid.

En noviembre, durante un concierto en el Hipódromo de las Américas de la capital mexicana, empezó a perder el control del habla. Al regresar a Estados Unidos se sometió a la extirpación de un tumor cerebral; desgraciadamente, la enfermedad no tenía remedio. Con el ruego expreso de que no se viera en ello una despedida, el 13 de marzo de 2003 apareció por última vez en público en el homenaje que la comunidad latina le tributó en el teatro Jackie Gleason de Miami. Por esos días, entre febrero y marzo, grabó un último disco que no llegaría a ver editado: Regalo del alma.

Fuente: Biografías y Vidas


Celia Cruz, born Úrsula Hilaria Celia Caridad Cruz Alfonso, October 21, 1925, in Havana, Cuba, is the singer who reigned for decades as the “Queen of Salsa Music,” electrifying audiences with her wide-ranging soulful voice and rhythmically compelling style.

Cruz grew up in Santos Suárez, a district of Havana, in an extended family of 14. After high school she attended the Normal School for Teachers in Havana, intending to become a literature teacher. After winning a talent show, however, in which she interpreted the tango piece “Nostalgia” in a bolero tempo, Cruz interrupted her studies to pursue a singing career. Her musical breakthrough came in 1950 when she replaced lead singer Myrta Silva of the popular orchestra La Sonora Matancera. She was the ensemble’s first Black front person since its founding about 25 years earlier. Cruz sang regularly with the ensemble on radio and television, toured extensively, and appeared with it in five films produced in Mexico. She also recorded with La Sonora Matancera, and beginning with Canta Celia Cruz (1956; “Celia Cruz Sings”), her songs with the group were compiled as full-length albums. In addition, Cruz headlined Havana’s Tropicana nightclub in the 1950s.

After the Cuban Revolution of 1959, Havana’s nightlife all but disappeared. Along with the other members of La Sonora Matancera, Cruz left Cuba for Mexico and then the United States, eventually settling in New Jersey. In 1962 she married the orchestra’s first trumpet player, Pedro Knight, who became her musical director and manager three years later, after she had left the group and become a solo artist. Despite recording several albums with bandleader Tito Puente, however, Cruz was slow to find a wide audience in the United States during the 1960s and early ’70s.

Success came after Cruz became identified with salsa, a Hispanic dance music that evolved from musical experimentation with Caribbean sounds. She re-created herself for a younger generation of Hispanics by singing in the Latin opera Hommy (1973; a version of the Who’s rock opera Tommy) in New York’s Carnegie Hall and by recording updated Latin classics for Johnny Pacheco’s Vaya record label. Before long, Cruz emerged as a central figure within New York’s vibrant salsa scene. She collaborated with Pacheco on a series of albums, beginning with Celia & Johnny (1974); its dynamic single “Quimbara” became one of her signature songs. She also made three albums with Willie Colón (1977, 1981, 1987). With a voice described as operatic, Cruz moved through high and low pitches with an ease that belied her age, and her style of improvising rhymed lyrics added a distinctive flavour to salsa. Her flamboyant costumes, which included varicoloured wigs, tight sequined dresses, and outlandishly high heels, became so famous that one of them was acquired by the Smithsonian Institution.

In her later years Cruz earned renown in a wider circle. She was the subject of a BBC documentary, My Name Is Celia Cruz (1988), and she appeared in the films The Mambo Kings (1992; based on a novel by Oscar Hijuelos) and The Perez Family (1995). Her autobiography, Celia: My Life (2004; originally published in Spanish), was written with Ana Cristina Reymundo. Her many honours included three Grammy Awards and four Latin Grammys for recordings such as Ritmo en el corazón (1988; with Ray Barretto) and Siempre viviré (2000).

Source: Britannica

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